Enseñar a los pescadores a pescar de manera que pudieran volver a hacerlo al año siguiente. Esta sencilla máxima, que hoy diríamos que es la esencia de la sostenibilidad, era el ideal de Odón de Buen cuando fue director general de Pesca durante la dictadura de Primo de Rivera. A ello dedicó notables esfuerzos y sus exploraciones, y las plataformas de investigación que creó, como el Instituto Español de Oceanografía, estaban dedicadas a este fin.
Desde pequeño, en Zuera, la naturaleza y sus misterios le atrajeron de forma notable, de manera que, dice, nunca dudó de su vocación de naturalista, aunque sí entre las distintas especialidades; se decidió por la biología, pero igual podía haberlo hecho por la geología. En todo caso, su pasión era observar y entender los fenómenos naturales, primero de uno en uno, como hechos concretos, y más tarde de manera global y las interrelaciones entre ellos. Y, desde luego, comunicarlos, hacerlos de todo el mundo: su pasión divulgadora animó toda su actividad.
Su visión de la naturaleza y de cómo acercarse a ella queda bien patente en los artículos que con el título genérico de Cartas a un labrador publicó en Las dominicales del libre pensamiento, en dos series, en 1887 y 1894. En las 17 cartas de la primera serie, y las siete de la segunda, explica a Manuel, un supuesto amigo de Zuera, labrador, cómo es el mundo en el que vive y por qué es necesario conocerlo para beneficiarse de él. La tesis podría resumirse en la notable diferencia de utilidad de un naturalista y de un cura para la prosperidad de los pueblos.
Las cartas de la primera serie están dedicadas a cuestiones de ciencias naturales de las que extrae lecciones sociales y las de la segunda serie a cuestiones sociales explicadas a la luz de las ciencias naturales. Esta evolución refleja bien el proceso de Odón de Buen, que llega a la política por las ciencias naturales y que mantiene siempre una visión de lo social apoyada en sus conocimientos científicos, en una retroalimentación política siempre de ida y vuelta, de la ciencia a lo social y de lo social a la ciencia.
De ese conocimiento de la naturaleza, de las leyes de allí inferidas, entre ellas las de la evolución, a la que Odón de Buen se sumó desde siempre, surgió el respeto con el que miraba el medio ambiente. Desde luego, también, con ánimo productivista, porque había visto las penurias de los labradores de entonces, de los pescadores, y trataba de aplicar sus conocimientos para mejorar sus condiciones de vida. Pero trataba también, sin duda, de hacer posible que ese desarrollo fuera continuado, es decir, que no se esquilmaran los recursos.
Las almadrabas y la organización de las pesquerías de atún en Cádiz, una cuestión a la que dedicó mucho esfuerzo cuando trabajaba en Pesca en los años 20, es un buen ejemplo de ello. Al mismo tiempo que trata de mejorar las condiciones laborales de los pescadores, que eran muy malas, trata de garantizar la supervivencia de los caladeros, proponiendo y llevando a cabo estudios para conocer los stocks y organizando las capturas de manera que no se agoten.
Más adelante, ya en la década de los años 30, publicó trabajos sobre los riesgos de la contaminación marina por petróleo, de nuevo adelantándose a su tiempo y mostrando una sensibilidad ambiental que no era tan frecuente entonces. Esa admiración por la naturaleza, ese impulso por conocer sus secretos y divulgarlos, lo expresó Odón de Buen en la segunda de sus Cartas: “¡Qué goces más puros me ha proporcionado el estudio de la naturaleza! Yo quisiera hacerte partícipe de ellos, y lo procuraré. Cada paso en la carrera era para mí una revelación. Cada asignatura me descubría un mundo nuevo lleno de encantos, y a medida que subía la montaña de los conocimientos, levantada por el hombre a través de los siglos el horizonte se ensanchaba más y más, el mundo me parecía más grande.”
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Descarga de las Cartas a un labrador, editadas por la Institución Fernando el Católico, aquí.